24 de julio de 2007

Soy un Sherpa

Bolsa roja bajo el sobaco, cartera en los dientes, llavero entre los dedos… aay!
Con la roilla cierro la puerta, mientras empujo con el talón el carrito que era el que menos pesaba de la tienda, aseguraba supercontenta la dependienta, hija puta.
¡La puerta se cierra! ¡Y me parece que no llevo la llave! A no…, sí, sí, es ese dolor continuo que siento en el meñique.
La bolsa de basura orgánica, cae escaleras abajo, me cago en el reciclaje, los envases le siguen en cascada. No pasa nada, yo puedo con todo, soy el hombre…
Nela ya en el portal calla a Mateo y me pregunta, ¿qué pasa?, ¿vienes?
... Sí, refunfuñando contesto, como un oso troglodita desde el fondo de la caverna.
Por fin, consigo salvar las dichosas barreras arquitectónicas de esta casa cuarentona de la que soy presidente, gracias a Dios hasta el próximo noviembre. Al bajar el último peldaño Mateo me mira, su cara lo dice todo, es pura expresión. Los ojos achinados, una boca desencajada en la que asoman dos dientecillos y una risa contagiosa que resuena en el enorme portal no pueden evitar que tengamos que reírnos con él.

Esos son los momentos en los que sentirse Sherpa merece la pena.